Todavía recuerdo los veranos en la casa del viejo Miguel. Un caserón en Balvanera, antiguo, cuidado, curtido internamente de esa madera oscura al estilo Ingles. El olor a espiral que venía del patio, de esos que les gustaba Borges, un símbolo de mi inocencia perdida. Tenía ocho años, y Miguel era el abuelo de mi amigo Mauro. Por ese entonces, yo apenas sabía que era una partida de Go, pero Miguel y Mauro podían pasarse horas haciendo números y estrategia. Cuando íbamos a la casa del viejo, luego de una buena pateada de futbol y una rica merienda, arrancaban las partidas. Yo miraba, Mauro y el viejo jugaban. Sin pecar de exceso anacronismo, lo recuerdo al viejo como alguien sabio e inteligente, pero sobre todas las cosas como una buena persona. Había sido un matemático muy importante en su época, curtido bajo las alas del mismísimo Rey Pastor. Confiaba en que yo sería un talentoso jugador de futbol y que Maurito seguiría sus pasos. Una tarde de Febrero tuve una de las mejores lecciones de mi vida que solo valore no hace mucho tiempo. Mauro y el viejo terminaban una partida de Go y el joven le había ganado al viejo. Sin querer, Miguel movió su mano derecha con cierta torpeza y volteo una copa de cristal de murano que segundos después se hacia añicos contra el piso. La copa tenía una historia e inmediatamente intuí que era importante. Mauro y Miguel se desesperaron, trataron de juntar los pedazos de alguna forma posible que diera la esperanza de que el objeto fuese salvado. No hubo caso. Luego de intentar un rato, mientras Mauro armaba el rompecabezas de cristal, el viejo haciendo gala de su ingenio vio la posibilidad de lección: “Pablo, Mauro… miren lo que ha pasado aquí, algo se ha roto y ya no hay vuelta atrás. Algo de cristal es algo sensible, muy delicado, pero eso no es señal de debilidad sino de delicadeza. Por tanto, deben ser más cuidadosos en el futuro cuando se les presente algo de estas características”. Mauro insistía en que podían hacer un intento más de pegar las partes y devolver el caos de cristalitos hacia la unicidad. El viejo arremetió “Pero Maurito, nosotros podemos pegar las partes y quedara algo parecido a lo que había antes. Pero ya no será la misma copa. Esta nueva copa, toda remendada, no solo presentara un aspecto magro, sino que además puede lastimarnos. Antes el delicado el borde, ahora es un serrucho que nos corta los labios. O miren la parte exterior, tal vez nos cortamos un dedo. Lo mejor para nosotros y para la copa es que le demos un entierro digno” y luego sonrió.
El viejo trataba de darnos una lección a raíz de un accidente que había ocurrido al azar. Fue la primera vez en mi vida, visto en perspectiva, que la metáfora se instalaba como verdad. Mauro y yo habíamos mamado silogismos, proposiciones lógicas, un único acceso a la verdad de las cosas atraves de la razón. Teníamos la escuela Leibizniana arriba nuestro, solo sabíamos que en cualquier universo dos más dos era igual a cuatro. Pero el viejo abrió una nueva puerta, planto la metáfora en vez de la proposición y permitió abrir una puerta a todo un ente desconocido. Una verdad propuesta atraves de los sentimientos, un concepto rara vez visto en la modernidad. Quería mostrarnos que en nuestra vida nos iríamos a topar con varias de copas de cristal, y que si las rompíamos, tal vez lo lamentásemos en el futuro. No se vuelve tan sencillamente del dolor.
El tiempo paso, y como todo, esa copa de cristal aun se está rompiendo en algún espacio-tiempo. Pero nosotros la olvidamos, seguimos adelante, con lo nuestro. Yo seguí mi camino. Miguel murió a los tres años de ese suceso y desconozco el destino de su memorable casa. Mauro murió asfixiado un 30 de diciembre del 2004 en la Republica de Cromagnon.
2 comentarios:
Una vez mas, me ha dejado perplejo amigo.
Brillante!!!
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