La idea de perderse dentro de la campiña Bretona desde sur a norte, es más que una oferta atractiva. Pero cuando los tiempos apremian dado que se cuenta con una extensa agenda de investigación, uno pierde esas posibilidades de disfrute. Se empacan algunos libros con nuevas lecturas sobre la potencial heterodoxia Kantiana, algún cuento Borgeano para compensar el disgusto del primero, algún que otro manuscrito de lógica, chocolates y café. La zona Manchesteriana aguarda con su toque industrial a dar explicación del surgimiento de Joy Division y New Order. Los Pistols quedaron en Londres. A medida que nos movemos norte el acento se vuelve mas cerrado, mas exquisito, el tono más prolijo, se para en pueblitos medievales, todavía encontramos los guilds que nos dan cierta nostalgia de un tiempo estudiado pero perdido.
Hacia mitad de camino, damos con un Irlandes, de esos que comen patatas, toman mucha cerveza y ejercen frecuentes riñas de bar con algún buen conciudadano. Su acento es inentendible, de tribu Celta del 800 que nos ha llegado gracias a la cinematografía. Dientes rotos, manos grandes. Casi como en En el nombre de la Rosa, parecemos franciscanos académicos en busca de esa biblioteca especial (antiguos textos Aristotélicos que re ingresan a occidente via Arabia) que junto a libros, velas y el aire frio crean la noche perfecta.
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