El “principio”, según los presocráticos, era una ley de equilibrio entre elementos. Los ocurrentes vaivenes cíclicos de la economía postindustrial alimentaron a las más ávidas mentes de la teórica económica. Se arribo a la idea de la maldición de los recursos naturales: que no permitían la generación de valor agregado, que no incentivaban un progreso gradual de ampliación del capital humano, que la renta recaía sobre oligarquías regionales, que las fluctuaciones cíclicas en sus precios, etc. Semejante calificación injusta, permitió el desarrollo de los regímenes populistas de mitad de siglo, de las dictaduras centroamericanas y del propio Peronismo.
Sin embargo, cuando el paradigma se creía roto, vuelve a recaer sobre las corroídas estructuras latinoamericanas transfiriendo la maldición para el lado del desarrollo y el beneficio del lado del subdesarrollo. De la misma manera que las estoicas incursiones post medievales europeas sobre la periferia financiaron el renacimiento, hoy en día, los recursos primarios proporcionan el espectro necesario para el imaginario libertario americano. El cobre en Chile, la soja en Argentina, el guano en Peru, el gas en Bolivia, el cafe en Colombia y en Brasil y el petróleo en Venezuela son la espalda fuerte para ese grito moderno bolchevique.
El “crescendo” de los precios en alimentos, energía y trasportes están debilitando las economías industriales. El aumento en los índices generales de precios son intolerables, para economías que no se sienten comodas con variaciones superiores al 5%. Es por eso, que la política monetaria de un euro apreciado (si bien no apunta únicamente a esto) funciona como un alivio para un sistema cerrado de creación de riqueza. Sin embargo, en tanto los actuales valores no se puedan sostener y los costes de transporte continúen en ascenso, vislumbraremos una situación magnifica para todos aquellos que creemos en el libre comercio. Reducción de tarifas aduaneras y subsidios agrícolas ampliaran la cantidad de mercados donde colocar la producción.
A nivel local, siempre desperdiciamos las buenas oportunidades. Un productor agropecuario recibe el ingreso a un tipo de cambio de dos pesos y paga sus costos a uno de tres. Desincentivar la producción en el corto plazo no suena conveniente: los chinos necesitan comer y pagan precios altos, pero no tendremos que venderles. Pero esto no es nada. Sonara mucho peor dentro de veinte años con el auge de los biocombustibles: ahí el mundo necesitara hacer funcionar maquinas, ascensores, autos, tractores, barcos, luces, carteles de publicidad. Seriamos inmensamente ricos, seriamos nada más.
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