Revisando la vieja biblioteca familiar, encontré un manuscrito de Octavio Paz firmado por el mismo. Cuenta la leyenda hogareña con alto nivel de inventiva, que fue un obsequio del mismo Octavio a mi abuelo, en un encontronazo que tuvieron en Madrid. Lo termino de leer y vuelvo a concluir lo que siempre pensé del buen Octavio. Donde podía, hasta en las frases simples como “Buenos días” mete algún concepto anarko. Es casi insoportable. Como dice Woody Allen: La repetición solo se justifica si es graciosa. Paz tiene ese clásico miedo comunista, cuando llega la revolución salen corriendo. A los bolches Mejicanos se los puso a prueba para continuar el legado de Pancho Villa, pero fueron ellos mismos los que la consideraron una revolución incompleta, y en vez de profundizarla, la abandonaron y se fueron a Paris.
Los filósofos sociales, creo yo, podrían entender que el nacimiento de la sociedad puede ser representado bajo un equilibrio perfecto en subjuegos, o dicho de otra manera, bajo estrategias de gatillo. Bastara definir dos estados bien diferenciados, dos mundos posibles. Uno que paga X si jugas el contrato social; otro Y si decidís desviarte donde Y>X. Sin embargo, la historia es más compleja. Si todos respetan el contrato social, la secuencia de pagos es cierta, es X. En cambio, desviarse paga Z, pero en los siguientes periodos los pagos siguen una secuencia estocástica: con cierta probabilidad se paga Y, con uno menos esa probabilidad se paga cero, o algún valor que al lector le guste tal que sea lo suficientemente bajo. Como si existiese alguna alquimia fabulosa, el hecho de romper el contrato social sucumbe al sistema en un estado de naturaleza: Bastara que una partícula (agente) viole alguna restricción exógena para que el mismísimo sistema se sumerja en otro caótico. La manera, propiamente de evitarlo, es establecer ciertas condiciones, para que en equilibrio, se juegue siempre el contrato social.
Esto fue lo que vieron los filósofos modernos. No utilizaron la matemática, claro está, pero usaron herramientas más potentes para llegar a esas nuevas masas en disponibilidad. Despojados de las oscuras amarras cristianas, la libertad era algo demasiado complejo para dejarlo en manos del pueblo. Los grabados en las puertas de las iglesias góticas que prometían un infierno Dantesco para quien no evite el mal, fueron reemplazados por los textos de Hobbes y Voltaire. Si ahora hemos rescatado a los individuos de las tiránicas manos del poder clerical, se les debía moldear el juicio racional para que ellos mismos, en su consagración máxima de libertad, pudieran hacer uso de las reglas racionales en su beneficio. Dominar las pasiones y comportarse bajo las leyes universales de la razón daría más utilidad que no hacerlo. El infierno ahora estaba potencialmente en la tierra, si el hombre no entraba en razones y se dejaba seducir por el tan difamado estado natural. David Hume, pionero en la materia, proponía los beneficios inmediatos de regirse bajo un sistema de leyes universales: es útil, agrada. Y con la modernidad, surgen sus paradojas, para ser libres necesitamos de la ley y el orden.
La sociedad es, ni más ni menos, la sumatoria de un conjunto de individuos aversos al riesgo. Simplifiquemos el asunto. Supongamos que la etapa de desvió paga X. De esta manera, el periodo uno en ambos mundos pagan lo mismo. Ahora, el periodo 2 es distinto. Si juego el contrato, me llevo X. Ahora si no lo juego, se me paga con probabilidad “pi” Y y con “1-pi” otro valor, digamos W (donde W es menor que X). Con agentes aversos al riesgo, el equilibrio que resulta es el del respeto por el contrato social. El problema se resume ahora en comparar lo que reporta X en la funcion de utilidad del agente versus lo que reporta Y y W con sus respectivas probabilidades de ocurrencia. Esto es, si el pago fijo que da la sociedad es mayor que el pago medio que da el estado de naturaleza, se juega el contrato social. Con agentes aversos al riesgo, es mas probable que se juege el contrato social (utilizo probable y no "cierto", porque un X pequeño o una probabilidad alta de obtener el ingreso maximo en el estado de naturaleza darian como resultado la elección del estado de naturaleza mas alla de concavidad o convexidad). Siempre será óptimo, más allá de la recompensa que ofrezca el estado de naturaleza, jugar el contrato social. El resultado es el opuesto, con individuos amantes al riesgo. Llegado a este punto, a cualquier escéptico le costara aceptar que la civilización se resume en una cuestión de concavidad. La sociedad debe pagar bien, un X suficientemente grande. Corolario: En la medida que los ingresos bajo el contrato social bajan, más probable es incurrir en un estado de naturaleza. La sociedad, es un seguro.
La sociedad es eso, una isla de regularidad en el mar de la aleatoriedad. La evolución, en términos más puros, requiere de patrones regulares con el fin de continuar desarrollándose. Necesita conocer, adaptarse y desarrollar nuevos mecanismos. Es la imperiosa necesidad de la estructura, que en términos de Bauman significa una repetición relativa, monotonía de acontecimientos; epistemológicamente predictibilidad. Llamamos estructurado a un espacio dentro del cual las probabilidades no están distribuidas al azar, en el que algunos acontecimientos ocurrirán con mayor probabilidad que otros. Esto último que señala Bauman, es la diferencia crucial entre un estado y otro. En un estado de naturaleza quedo a merced de mi fuerza total para sobrevivir, donde tal vez haya buenos y malos días; donde el resultado final que surja de la lucha con mi vecino dependerá de un conjunto de fuerzas azarosas. El estado de derecho, reduce el sistema caótico con una constante que decidimos aceptar, dándole forma a la civilización. La estadistica es lo mejor, pero despues de la certidumbre. Amamos las cadenas de Markov. Odiamos los procesos de Markov. Necesitamos de la melancolía, sino como dijo Cioran: En un mundo sin melancolía los ruiseñores se pondrían a eructar.