domingo, 2 de septiembre de 2007

Cosas perdidas en la biblioteca del tío Alex.

…Valentino había cruzado la avenida, decidió mudarse por la zona del barrio latino el verano pasado. Comentaba que dos razones lo habían motivado a semejante decisión: números que apostaban sobre la inversión inmobiliaria y el aire gótico que emanaba por la zona. Salía del trabajo diez minutos antes del horario permitido- una buena posición en el sindicato le otorgaba ciertos privilegios- para solo evitar el exceso de gente que invadía la patisserie en la hora pico. Compraba algunos bocadillos y suficiente pan para la cena y el desayuno. Su presencia estaba tan institucionalizada, que seria algo completamente fuera de lo normal algún tipo de ausencia, de esos efectos que no se siguen de sus causas estandarizadas. Algunas veces, cuando la cotidianeidad se le presentaba excesivamente gris, llevaba su ejemplar de Bartleby y se refugiaba en un bar cercano a la Sorbonne. Comentaba que los jóvenes, esos protohumanoides llenos de convicciones, le devolvían algún tipo de encanto por la vida. Podía sentarte, empezar a leer y combinar unidades de cafés con decenas de pequeños vasitos de whisky. Pasado un buen rato, podía sufrir todo tipo de transmutaciones: podía volverse un tipo amable y conversar con el resto de las mesas, podía volverse agresivo y pedante o simplemente podía quedarse dormido. Nunca comprendí bien si todos esos cambios de Valentino correspondían a un cambio superficial sin que cambie su esencia, o si lo que se daba cuando los espíritus del alcohol lo invadían era un cambio de esencia sin un cambio superficial.
De muy joven había tenido problemas de tartamudez, pero su frustración se había convertido en su obsesión. Manejaba el lenguaje a la perfección, o como al le gustaba decirlo “agotar lo finito sobre lo infinito”. Las palabras eran para él, números; así como la gente con un par de dígitos puede formar montones de combinaciones numéricas, el hacia lo mismo con las palabras. Le gustaba además, buscar causas primeras o iniciadoras. Así veía una palabra desconocida, podía estar días estudiando el origen de tal.
Valentino había cruzado la avenida; horas después ya se encontraba lo suficientemente bebido. Esa tarde coincidimos en las copas, yo por mi parte me proponía inmolar un dolor personal y aparentemente Valentino también. Recuerdo estar sentado frente la pequeña mesa de Valentino. Su clásica versión de Bartleby junto a sus Galloise apoyados sobre la mesa hacían la foto de alguna tapa de disco de Jazz. Leia muy concentrado, pero por momentos paraba, miraba por la ventana hacia la nada como si un dolor se le hiciera presente de a momentos. Ya había transmutado no solo del café al whisky sino que también en su persona. Un sonido metálico, blindado de milésimas de segundo me interrumpió e inmediatamente mire la mesa de Valentino, no estaba. Gritos de desesperación provenían de la zona del baño. Tal vez porque era yo el que mas cerca estaba del baño, fue el que primero llego. Valentino estaba sentado en el inodoro, puerta mediante abierta, sus ojos desorbitados mirando hacia arriba. Detrás de el, una mancha de sangre que cubría mas de la mitad de la superficie de la pared daba una clara intuición de lo que había pasado. Me acerque lentamente al cuerpo-dejo de ser Valentino- y aproxime mi cara lo más cercana a la suya. Alguna idea se me vino a la mente, y casi instintivamente me di vuelta y cerré la puerta. Ahora en el pequeño habitáculo, Valentino y yo. Una tinta fresca sobre la puerta decía “la causa es mayor al efecto”...

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