El tipo va, frena, levanta la copa y se mete un buen trago de gin tonic. Viene de leer Capote y se traspola a su designio trágico: “hay que meterse porquería en el cuerpo, es la única manera de anular la castración simbólica.” Insiste ahora citando a Nietzsche cuando argumenta que el no poder contradecirnos prueba una incapacidad, no una verdad. Esta enfurecido, arroja el ahora vaso vacio en un brote total de impotencia. Ha pasado por una de las tragedias más grandes que una persona puede sufrir, que es recordar tiempos felices en la desgracia que lo aqueja. Con la mirada perdida vuelve sobre aquella maldición Platonica de que todo aquel que se dedica a la filosofía no hace más que prepararse a morir. Ya está listo. Anoto sus últimas palabras que tal vez en un futuro sirvan: “Fíjese usted, que me he concentrado en ese cambio de perspectiva que transforma el fracaso en verdadero éxito. Es cierto, el purgatorio es un lugar de castigo, pero también de esperanza”.
sábado, 10 de enero de 2009
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
2 comentarios:
Este texto es de otro planeta. Sin palabras.
No no! es de este!
Publicar un comentario