Había un antes y un después luego de que Bob Lavagna dejara el ministerio en manos de Felisa. No por un cambio certero en el programa de conducción económica, sino por un cambio endógeno en las variables económicas. Ya en tiempos de Felisa, habíamos descubierto una idea que repetíamos hasta el hartazgo: en términos académicos, este era un gobierno que apostaba a los beneficios del camino y no del lugar de llegada. Todos los beneficios que traen aparejado un tipo de cambio real fuera del equilibrio y la inercia, los beneficios de la trayectoria que reconducen al equilibrio. Con un tipo de cambio nominal anclado e inflación internacional en valores cercanos a cero, la reconstrucción del equilibrio se daría atreves de inflación interna. Inmediatamente el escenario se desdobla en dos partes: una transición lenta-10% de inflación anual- u otra más rápida-18% para arriba. La primera era un sueño, la segunda un pesadilla; no solo porque agotaría los beneficios de un modelo basado en un tipo de cambio subvaluado muy rápidamente, sino porque además podría acelerar una espiral inflacionaria en valores pocos manejables. Cuando me preguntaban qué pasaría luego (si la apuesta de una transición hacia el equilibrio había sido exitosa, esto es, sin un proceso inflacionario) respondía que no tenía idea y que el gobierno mismo tampoco lo sabía, lo cual denotaba una evidente falta de modelo.
Ya habia hablado de Phelps, pero hay mas implicaciones micro. Cuando el precio de los factores se iguala a sus respectivas productividades marginales, una devaluación (a menos que exista un paradigma mágico donde una devaluación altere de alguna manera la productividad de los factores) se traslada inmediatamente a los precios. Ya no existe ese lujo Curiano de otorgar minidevaluaciones para los sectores transables porque no queda excedente laborable sobre el cual beneficiarse. La solución parece un tanto escalofriante. En tanto los salarios queden en una posición por arriba de sus valores de equilibrio, la solución inevitable será ingresar en un proceso de contracción en el empleo y despedidos masivos, ante una desaceleración general, para igualar el precio de los factores a sus productividades.
Es por eso, que ya a mediados del año pasado, empezábamos a sostener que la inflación actual ya no tenía que ver tanto con el tipo de cambio. Que esa fase, había sido relativamente exitosa a la hora de atenuar una aceleración en el índice de precios, pero que también los beneficios de esta ya se acababan. Si queríamos ver la inflación, había que cerrar el libro de los monetaristas y abrir a John Maynard.
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