martes, 6 de mayo de 2008

Más Prozac, menos Platón (II)

Tomas Cahill, en su simpático libro Los misterios de la edad media, se ocupa (entre los varios temas que toca) del asunto de la sexualidad. Antes de describir las aventuras sexuales en las cortes europeas, hace un recontó histórico de la antigüedad griega:
Solo si tenemos en cuenta la permanente presencia de la muerte podremos entender los usos del sexo entre los antiguos…El cuerpo humano, un ente frágil, fácilmente destruible, era sin embargo el súmmum de la belleza del cosmos. No sorprende, pues, el hecho de que un varón en la cúspide de su masculinidad fuera los más bello en el universo, y fuese representado continuamente en estatuas y pinturas… su sangre retumbando contra las paredes de su cuerpo, buscando liberarse, convirtiéndose en espuma blanca y saliendo a chorros de su pene erecto-“una maquina expreso humana”-, como Brown lo llama. La primera eyaculación del varón adolecente era celebrada por su familia en la fiesta romana de Liberalia, el 17 de marzo.
El anterior pasaje me recordó a una clase de filosofía antigua, donde el profesor se paso más de dos horas tratando de explicar la paradoja del mundo antiguo: cómo hicieron los griegos para solucionar la metafísica del hombre libre siendo al mismo tiempo este un pasivo anal.

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